Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, por José Ramón Otero Roko.


“Un cine imperfecto como lo es un sueño cuando se hace realidad”
Por José Ramón Otero Roko, jurado de FIPRESCI.




El Festival de Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana presentó una larga lista de películas a competición en su 14 edición, en la que casi todas tenían valores cinematográficos, artísticos o sociales, resultando una muestra muy completa del alto nivel del cine latinoamericano del nuevo siglo y un refrendo de las señas de identidad que se vienen construyendo desde la década de los 70 hasta hoy. 

El festival acoge principalmente obras de denuncia de las condiciones de vida en sus países hermanos e, igualmente, obras cubanas (tres a competición) que hacen patente, en clave de humor, problemas y aspectos discutibles de su propia sociedad. Es un cine, el latinoamericano, profundamente libre, dirigido e interpretado desde la resistencia, realizado a contracorriente del cine de su vecino del norte, con un cada vez mejor acabado técnico y capaz, aún, de ensayar y relaborar nuevas formas estéticas y éticas, narrativas y poéticas que conservan su vigencia en unos territorios donde el mercado aún no ha ocupado completamente el lugar de la creación y el arte.

Nuestra favorita, y ganadora del premio, “Los Mejores Temas” (Nicolás Pereda), aterrizó en la sección oficial sorprendiendo por tratarse de una obra de denuncia y de comedia, a medio camino entre la ficción y el documental, que con una puesta en escena espartana, y un método obsesivo de desarrollo del argumento, lograba arrancar carcajadas y reflexiones para luego, literalmente, matar a los espectadores con unos últimos minutos finales absolutamente vacíos y anti-cinematográficos. El público salió horrorizado de la sala, pero nuestra misión no es interpretar anímicamente la película, sino realizar una reflexión global. En esta ocasión se trataba de una circunstancia que no agotaba el hecho de que habíamos vivido los restantes 80 minutos fascinados por el universo del director mexicano, su frescura y atrevimiento, su falta de respeto a las convenciones cinematográficas y la coherencia de su rebeldía respecto a la idea estandarizada de lo que debe de ser el cine. En “Los Mejores Temas” los actores trabajan, no actúan, son conscientes de que tienen una labor que hacer, que no es exactamente lo mismo que un “papel”, y de que van a ser interpretados por el director, que hace algo que ellos no saben mientras ruedan (incluso los interpela mientras recitan sus diálogos) y hace algo también desconocido en la sala de montaje (donde surgirá otra cosa de la que ellos no han sido conscientes mientras rodaban). Es fácil no entender y valorar esta película, pensar quizás que se trata sólo de un juego privado y fallido del autor, pero detrás de la risa, y de la calculada improvisación, está sobre la mesa la fragilidad de las condiciones sociales de los mejicanos, la debilidad de las relaciones de pareja, las dificultades de los hijos en salir adelante, la falta de apoyo del estado a sus ciudadanos y la negación de la identidad de los padres cuando éstos no pueden hacerse cargo de sus responsabilidades. Es un cine imperfecto como lo es un sueño cuando se hace realidad, pero es, en mi opinión, un cine absolutamente necesario para inspirar narraciones alternativas al relato dominante.

Esa estructura del relato dominante, pese a todo, puede ser utilizada para subvertir los mensajes que suele llevar aparejados. Las tres películas chilenas “No” (Pablo Larraín), ganadora del concurso oficial, “Las cosas como son” (Fernando Lavanderos Montero) y “Violeta se fue a los cielos” (Andrés Wood), la mejicana “Después de Lucía” (Michel Franco) y la argentina “Elefante blanco” (Pablo Trapero) dejaron constancia de un gran acabado técnico, de unas interpretaciones interesantes, cuando no magistrales como es el caso de Francisca Gavilán en “Violeta se fue a los cielos”, y de un oficio de los directores puesto al servicio de la comunicación de mensajes críticos hacia sus sociedades. Lo que está en juego en estas películas son las ideas, envueltas en un buen pulso narrativo y una buena factura técnica. Es un cine de industria, cuya complejidad estriba en el target de espectadores al que se dirige más que en la búsqueda de nuevos caminos artísticos. En “No” y “Elefante blanco” se trata de conmover a sociedades que aún conviven con el miedo tras las dictaduras militares. En la primera se trata de explicar la caída de la dictadura de Augusto Pinochet a los jóvenes y espolear a la izquierda en la forma en que comunica sus ideas. En “Elefante blanco” se trata de recuperar para las ideas progresistas el campo de la ayuda a los pobres por parte de la iglesia. Poner en valor su labor y denunciar las complicidades de la jerarquía eclesial con la política profesional. En “Las cosas como son” se trata de denunciar el autismo de los jóvenes acomodados respecto a los problemas sociales. Esta película sí pone especialmente en juego una forma de relato algo menos convencional, sustentada en un trabajo actoral de interés en la que el carácter de su protagonista se va desenvolviendo con la trama para encontrar al final una salida ética a las contradicciones de su personaje. “Violeta se fue a los cielos” denuncia otro tipo de condiciones, las que la pasión ofrece al arte. Es un trabajo inusual como biopic y una acertada unión de música, interpretación e historia. Por último “Después de Lucía” demuestra un gran conocimiento de las relaciones entre los jóvenes de clase alta, tiene un alto nivel de detalle de las situaciones de acoso escolar y lejos de convertir sus conclusiones en una lección de falsa moral logra transmitir la trascendencia de esos hechos.

Quedan para el final dos obras importantes en las que merece la pena detenerse. La hispano-mejicana “Aquí y allá” (Antonio Méndez Esparza) insistía con acierto en la textura del drama humano de la inmigración a USA. Todas las circunstancias de ese viaje obligado para escapar de la pobreza, de la provisionalidad del éxito y el fracaso, de la indefensión y la falta de protección de los inmigrantes, quedan de relieve en esta película. Una gran veracidad, una fotografía realista, sin concesiones al preciosismo estético, y una mirada llena de orden y contenciones para no convertirse en un acercamiento parcial y privilegiado a la intimidad de la historia. Todo ello muy lejos de otra de las película mejicanas a concurso “Post tenebras lux” (Carlos Reygadas) que causó gran expectación en el festival y que es una obra a la sombra de “The tree of life” (Terrence Malick) que imita los defectos sobre-estilísticos de esta y diluye el sello de veracidad del cine de Reygadas en un relato intermitentemente artificial. En un contexto de una muestra como la de La Habana de obras tan genuinas, y apegadas a la realidad, esta falta de raíces de Reygadas no conmovió lo más mínimo. Sí lo hizo la uruguaya “La demora” (Rodrigo Pla) que aparte del valor de tratarse de una cinematografía minorizada, es una película que construía un completo relato de una situación familiar en un modelo social en el que las personas no son lo primero y los individuos llegan al límite de sus obligaciones. Técnicamente convencional, pero con mucha fibra moral y llena de matices (se alejaba de la pose snob de otras obras menores), su pulso narrativo y el interés de la historia la hizo también objeto de debates en el seno de nuestro jurado de FIPRESCI.